Muy
buenas a todos, os saluda un día más el señor Ocioso desde mi pequeña sección
de este rincón de Internet. Hoy, si me lo permitís, me gustaría dejar a un lado
el tema al que hasta ahora he consagrado mis entradas, es decir, cualquier noticia digna
de mención que nos llegue a la “redacción” desde el país del Sol Naciente. Querría,
en cambio, que nos sentáramos todos juntos (metafóricamente) y reflexionáramos
unos minutos acerca de nosotros, de las personas, y de nuestra actitud hacía
ciertos temas. Si bien lo que me ha impulsado finalmente a escribir estas
líneas ha venido propiciado por lo ocurrido en Francia este pasado viernes 13
de noviembre, la idea ya venía fraguándose desde hace bastante tiempo. París no
ha sido sino la gota que ha colmado el vaso.
A
estas alturas son pocas las personas que no disponen de, al menos, una cuenta
en alguna de las redes sociales más importantes: Twitter, Facebook o Instagram,
entre otras. Y son aún menos los usuarios de las mismas que no hacen uso de
ellas varias veces al día. Si bien es verdad que estas redes sociales han
aportado muchas cosas positivas, no es menos cierto que, con demasiada
frecuencia, dejan translucir la que a mi parecer es una de nuestras facetas más
repulsivas: nuestra capacidad de frivolizar sobre cualquier tema, de reducir
(de manera involuntaria o no) cualquier asunto a un chiste, a algo que puede
tratarse con ligereza... a una moda.
Cada
cual puede expresar su solidaridad con lo ocurrido en París (que es, por otro lado,
el pan de cada día en otros lugares del globo) de la manera que crea más
conveniente. Es perfectamente lícito pues escribir un pequeño mensaje de apoyo
en tu muro o colocarte un filtro con la bandera de Francia en tu foto del
perfil. La utilidad real de tales gestos en esta u otras situaciones similares,
aunque interesante y pertinente, es un asunto que dejaremos para otra ocasión.
Es,
no obstante, en ese momento cuanto entran en juego aquello que convierte estos
gestos en vacíos, en frívolos: nuestra necesidad de sumarnos, de montarnos en
la ola, y a ser posible cabalgando la cresta; de likes y favs, de post
compartidos y RTs. Esa imperiosa
necesidad de demostrar que somos los más comprometidos, los más fervorosos partidarios
o activistas de la causa, sea cual sea… si algo le importa poco al ego, es el
argumento que se esgrima para alimentarlo.
Con
demasiada frecuencia en los últimos tiempos hemos observado como este tipo de
gestos acaban desprestigiados, malogrados… banalizados. Y esta es una realidad
que, por desgracia, puede aplicarse otros ámbitos. ¿Quién se acuerda del ice bucket challenge?, ¿quién recuerda
cual era su propósito original?, ¿cuántos se limitaron a echarse el cubo de
agua fría únicamente porque “lo habían nominado”?
Todos
nosotros contamos con una poderosa herramienta entre nuestras manos, la
llevamos con nosotros a dónde quiera que vayamos. Bien empleada, esta
herramienta permite obtener varios puntos de vista de un mismo tema, propagar
información útil, crear conciencia…esta poderosísima herramienta se llama smartphone.
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